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Yo Creo

Publicado: 2015-09-15


Debe ser uno de los mejores momentos que he tenido.

No creo en Dios, o mejor dicho no creo en el Dios construido por esas iglesias a las que no les interesa cambiar el salario mínimo miserable o ese presupuesto de salud que mata niños por falta de medicinas. No creo en esa iglesia que poco le interesa la vida del otro.

Sin embargo, siempre supe que había “otra” iglesia, una que intentaba ser la casa de los pobres, una que reivindicaba al colombiano Camilo Torres o al salvadoreño Oscar Romero. Sabía también que Gustavo Gutiérrez, sacerdote y teólogo peruano, era el gran impulsor de la teología de la liberación.

Con padres ateos como los míos, mis acercamientos a las religiones son casi inexistentes, pero crecí escuchando la anécdota donde mi tío Manuel, el compositor Manuel Acosta Ojeda, le decía al padre Gustavo Gutiérrez “con curas como tú, me dan ganas de creer en Dios”.

Por eso, de ninguna forma es una casualidad que me tocara conocerlo a través de Manuel Acosta Ojeda. El Padre Gustavo Gutiérrez llegó hace unas semanas a esa casa de techos altos del Rímac donde vivía Manuel. Con un bastón y con sus 87 años, que no aparenta, llegó a cumplirle la promesa que le había hecho a Celeste pocas horas después de la partida de su padre, hacerle una liturgia a Manuel apenas pudiera estar en Lima. 

Fueron dos horas intensas, de escucharlo y de que nos escuchara. De hacerle preguntas sobre su posición política dentro de un espacio como la iglesia. De que nos contará anécdotas que de hecho son parte de la historia del país, de nuestra historia, la que no deja de latir al lado izquierdo del pecho.

Nos contó como en sus clases de teología en la universidad Católica citaba la canción Cariño de Manuel, “Cariño, yo quiero llevarte a un lugar que sólo conozco yo… Cariño, allí soy el dueño, es la única parte en que no manda Dios… Ese lugar soy yo”. Contó de su amistad con Juan Gonzalo Rose, que para él era solo Gonzalo a secas. En un momento, Celeste le dice “Padre, pero Juan Gonzalo tenía cosas muy duras” a lo que él respondió “y yo también”.

Qué ganas de acordarme palabra por palabra de todo lo que dijo y dijimos, pero los recuerdos son fugaces y varían cada vez que tratamos de evocarlos. Lo que sí puedo decir, sin ápice de duda, es que el encuentro fue una sobredosis de ternura, de amor colectivo y de ese compromiso con coraje, único que puede cambiar la realidad.

Esa persistencia en la bondad, esa fe en que la gente es buena y que vale la pena arriesgarse por el prójimo fue lo que más me quedó de Gustavo. Curiosamente, es también lo que más me queda de Manuel.

Gracias, Gustavo Gutiérrez por esa hermosa jornada, gracias por traernos un ratito a Manuel de vuelta.

Me quedo con la “Canción de fe”, de Manuel, en los puños y en los labios. Ese canto revolucionario cuyos primeros versos dicen, “Yo creo”.


Escrito por

Lucía Alvites

Socióloga. Política.


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